La preeminencia otorgada a la actualidad es inherente al discurso periodístico. Sin embargo, muchas veces, la vocación indeclinable de honrar este mandamiento del oficio parece que habilita la precipitación al informar, autoriza la liviandad en el tratamiento o el análisis, desestima la irrefutable validez de lo ocurrido para comprender lo que ocurre. Mientras tanto, la historia se presenta cada mañana a las puertas de nuestro día.
Semejante a esa articulación del pasado con el presente, la vida de este país se entrelaza de modo inextricable con la del continente que integra. Un continente en el cual, recién insinuado el nuevo milenio, las repúblicas de Venezuela y de Bolivia sufrieron sendos intentos de golpes de Estado. Pero esto ya es parte de la ‘historia’, podrá decirse; información no actual de la que, en consecuencia, la prensa bien puede prescindir.
Hace poco más de un año (¿‘historia’ más reciente, menos ‘histórica’?), en la república de Honduras se produjo un golpe militar que logró superar el estatuto de intento.
Hace sólo algunos días (¡actualidad en estado puro!), se atentó contra la vida del presidente constitucional de la república de Ecuador, en un accionar que tuvo la visible motivación política de producir un golpe de Estado.
No obstante, aun ante dicho escenario, algunos referentes del periodismo argentino cuestionan, a veces con crispado énfasis, la evocación de lo ocurrido en este país -puntualizan- “hace 34 años”. Objeción frente a la cual no podemos sino preguntarnos: ¿Cuándo caduca el pasado? ¿Qué determina que un hecho histórico ya no merezca lugar en ‘la agenda’? ¿Por qué se apela, una y otra vez, al burdo e indefendible tópico según el cual evocar el pasado implica desatender el presente?
Lejos de promover tal descuido, la memoria de los pasos dados ayer despeja hoy la mirada, permitiendo a los pueblos discernir con nitidez entre los caminos que quiere transitar y los pérfidos atajos a los que mejor ni acercarse.
Muy elocuentemente, la historia no tiene fecha de vencimiento.