BIENVENIDA SU OPINIÓN, SU COMENTARIO, SU MIRADA

domingo, 23 de agosto de 2009

NO ESTOY DE ACUERDO CON EL GOLPE, PERO...



La entrevista va terminando. El periodista se dispone a realizar sus últimas preguntas. El flamante diputado electo sonríe, habituado a la vocación de seducir. Yo creo entender que el periodista desperdicia el tramo final de la nota cuando, por toda pregunta y a la espera de una opinión, sencillamente pronuncia: “Honduras”. Es para mí obvio que, más allá de su pensamiento, cualquier personalidad pública con actuales o inminentes responsabilidades institucionales, ante esa consulta no hará —no podrá hacer— otra cosa que condenar la forzada interrupción del orden democrático sufrida en ese país.
 
Pero, evidentemente, la ‘pregunta’ del periodista Ernesto Tenembaum no es ociosa si quien está enfrente es Francisco de Narváez. Porque, arrojada esa palabra sobre la mesa, el compañero de filas de Mauricio Macri inicialmente chapotea en el lodazal de una respuesta en la que alude a “una situación compleja”, que se resolverá “yendo a una elección”, para luego dirigirse con menos ambigüedad hacia su posicionamiento, al señalar que “desde la presidencia de Honduras se intentó la re-reelección indefinida (…) y hubo una rebelión frente a eso”.
 
Desde mi casa, sentado frente al televisor, me cuesta dar crédito a lo que veo y escucho. En todo caso me gratifica comprobar que a Marcelo Zlotogwiazda evidentemente lo invade una sensación semejante, dado que acto seguido pregunta: “¿Eso es lo primero para decir sobre Honduras? ¿Y no que hubo un golpe de Estado?”
 
Y allí se activa esa mutabilidad gestual que caracteriza el rostro del diputado con aspiraciones —confesadas— a gobernador (¿habrá también aspiraciones no confesadas?), quien puede pasar en una fracción de segundo de la afable sonrisa pintada de dientes parejos a la mueca ácida que destila bilis. Tengamos en cuenta que quien acaba de cuestionar su respuesta es el mismo periodista que, hace un par de minutos, ante la referencia a la ‘eficacia’ contable del multi-millonario patrimonio del entrevistado, no se esmeró en que su tono ocultara desprecio al momento de manifestar: “Es un escándalo lo poco que paga en impuestos gente como vos.”
 
Pero en este punto, llamado a ponderar prioridades a propósito de la situación en Honduras (esto es: qué es lo primero ‘que hay que decir’ al respecto), De Narváez informa, categórico, concluyente: “En Honduras, lo primero que hay que decir es que tiene un 82 % de pobreza”. El breve pero tenso y palpable silencio que sucede a estas palabras será interrumpido cuando un Zlotogwiazda más bien azorado, en tono muy bajo, sencillamente pregunte: “¿Y lo segundo…?”
 
“Y lo segundo es que ese golpe de Estado tiene un argumento (que yo no lo comparto), pero cuando vos mirás la secuencia de las cosas, el gobierno que fue afectado por esa condición estaba una vez más tratando de modificar la Constitución”.

Caramba… Coincidirá el lector en que, de movida, no resulta muy evidente que De Narváez no comparta el argumento del golpe. ¿Cómo es posible que, a la hora de pronunciarse sobre un episodio universalmente condenable, señale una vez y luego insista en enfatizar las políticas presuntamente inapropiadas que, a su entender, condujeron a ese desenlace? Las políticas —aclaremos no tan de paso— de un gobierno constitucional que fue desalojado por la fuerza de su país.
 
De todos modos, para que no ‘lo malinterpreten’, hacia el cierre de la nota el entrevistado se encarga de ‘dejar las cosas en claro’: “No estoy de acuerdo con lo que pasó en Honduras. Pero también estoy viendo que, en el proceso de Honduras,…”
Suficiente. Gracias. En esa declaración, luego del coordinante adversativo "pero", lo que siga es detalle. Por si aún hacía falta, ha quedado definitivamente despejada toda ambigüedad: ‘No estoy de acuerdo pero…’.
 
¿Pero qué, De Narváez?
 
Y sobre todo: ¿cómo pero?

jueves, 6 de agosto de 2009

¿SÓLO FÚTBOL?


(Página/12, “Carta de lectores”, 30 de septiembre de 2004)


Ya está. Parece que lo logramos. Ya podemos dormir tranquilos. Porque efectivamente resulta ‘tranquilizador’ que Marcelo Bielsa haya renunciado a la dirección técnica de la Selección Argentina. A nosotros, ‘los argentinos’, nos gustan más bien los tipos carismáticos. Y aunque solemos pedir a gritos un poco de honestidad, off de record la honestidad nos provoca cierto candor. Cuántas veces ‘los argentinos’, al momento de decir que un tipo es honesto, estamos pensando en verdad que es un boludo. De allí que, en muchos casos, en referencia al corrupto, se nos dibuja una media sonrisa al momento de expresar, no sin cierta admiración, “¡Éste sí que la hizo bien, eh!”
 
A ‘los argentinos’ —parece— la seriedad nos desagrada. Preferimos la picardía, el guiño cómplice, el circo. Por eso en 1995 reelegimos a Carlos Menem, permitiéndole que gobierne diez años y medio los destinos de este país incomprensible. Por la misma razón somos también estruendosamente eficaces a la hora de hacerle la vida imposible al que se aparte de la corrupción que al parecer nos constituye, quien de ese modo nos obliga a mirar la cara que tenemos. Necesitamos referentes cuestionables, que nos permitan vivir sin cuestionarnos a nosotros mismos. Tendemos a identificarnos, por ejemplo, con el temperamental (un Passarella), con el atorrante venido a más (un Ramón Díaz), con el especulador de barrio (un Bilardo), pero sobre todo veneramos el tan contemporáneo valor de la Eficiencia, cuyo principal comisionado por estas tierras es el hoy un tanto menos exitoso Carlos Bianchi.
 
Preferimos a cualquiera antes que a Marcelo Bielsa. Un tipo que, con su conducta y por contraste, nos muestra lo que somos. Un tipo obstinado que aparentemente no quiere entender que a este mundo lo rigen los números. Curioso: aun desde el presunto desprecio de los números, su Selección ganó 53 partidos, empató 18, perdió 10, teniendo así una efectividad del 73 %, superior ésta inclusive a la del —hasta hoy con razón— por nadie discutido Alfio Basile.
 
Rápido: unámonos para decretar que Bielsa era un iluso idealista nacido en un mundo que no alcanza a comprender. Aprovechemos que somos muchos. Amparémonos en la cantidad. Acallemos la voz del que quiso decir algo distinto. Que nada nos despierte de la imperturbable pesadilla de esta patria condenada.