Hans nació en Viena (Austria), aunque vive en EEUU desde
hace muchos años. Durante estos días, de paseo por Buenos Aires, una reunión
social nos encontró en un living de Villa Crespo, compartiendo un segmento
televisivo en el que dialogaban dos personas que Hans no conocía: un periodista
local y el jefe de gobierno de la ciudad. Lo que Hans sí conoce bastante bien
es la lengua española, que habla y comprende sin mayores dificultades. Y cuando
alguna palabrita se le escapa, estira el cuello y entrecierra un ojo, pidiendo
auxilio lingüístico.
Concluido el segmento, me reclama que lo sitúe. Lleva
pocos días en el país y desconoce los hechos que motivaron la entrevista. Yo he
resuelto aportarle coyuntura lo más desapasionadamente que pueda. Entonces le
comento, con el menor despliegue de subjetividad posible, que una empresa
privada ha construido un muro en una calle pública por la que,
consecuentemente, no se puede transitar.
Pero sus inquietudes no se disipan con
mi explicación. Porque Hans ha advertido que, al ser consultado por la demanda
de los ciudadanos, “el alcalde” respondió que había escuchado algo, pero que
aún no le habían informado al respecto. Hans hace una pausa, toma un trago de
vino y me pregunta: ¿había escuchado dónde? Sorprendido, un poco turbado, improviso
una respuesta rápida: supongo que a través de los medios, le digo. Hans me
mira. Tengo la sensación de que mi respuesta no le alcanza. Pero no vuelve
sobre el punto. Más bien avanza, imperturbable, empanada en mano: y cuando el
entrevistador mencionó el fallo de la justicia que había ordenado demoler el
muro, “el alcalde” le preguntó si eso todavía no había ocurrido. Hans quiere
saber si entendió bien. ¿El alcalde le pregunta a un periodista si su propio
gobierno cumplió una decisión judicial?, insiste, incrédulo. Yo trago saliva y
muevo afirmativamente la cabeza. Me empiezo a sentir un poco incómodo.
Sin
embargo, Hans es implacable. Porque hay un detalle que llamó particularmente su
atención: tras haberle informado a la máxima autoridad ciudadana que el muro no
fue demolido porque su gobierno apeló esa decisión, el periodista le preguntó
si no estaba al tanto de eso. Y el alcalde le respondió que no, pero que “si te
preocupa, me informaré.” Hans, de por sí pelirrojo, ahora se ha puesto todo
colorado. Repite la frase con especial énfasis: “¡Si te preocupa, me
informaré!” No puede entender cómo, sin el menor asomo de pudor ni el más
ligero sobresalto, el alcalde certifica (más bien con irreverente elocuencia)
que lo sucedido no le preocupa en absoluto. “Mucho descaro”, dice Hans,
marcando fuerte las consonantes. Y vuelve sobre la frase, que ahora repite con
tono de interrogación: “¿Si te preocupa me informaré?” ¿El alcalde de la ciudad
se va a informar porque el tema le preocupa… a un periodista?
Finalmente, Hans
quiere saber si el mandato de ese funcionario se va terminando. Yo le digo que
sí, pero siento que hay otro dato que debe conocer. Entonces le comunico: este
año, ese alcalde intentará ser presidente de la República Argentina.
Me aplasta el silencio que se produce luego de mis palabras. Hans estira el
cuello y entrecierra un ojo, como hace cuando no entiende. Pero esta vez, me
parece, lo que no puede comprender no son cuestiones lingüísticas.