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lunes, 15 de abril de 2019

EMPERRADO



Me han sugerido que no escriba este texto. Pero necesito hacerlo.

Varios motivos esgrimen quienes lo desaconsejan. Uno es que ganará mayor visibilidad algo que, se supone, yo debería desear que no trascendiera más de lo que ya lo hizo. Otro es que, perteneciendo yo a la categoría mosca, no califico como interlocutor de un peso pesado. Por mi parte, yo aportaría algún otro motivo para no escribir esta página.

Pero necesito hacerlo.

Circula por internet una nota en la que Horacio Verbitsky realiza una de sus siempre valiosas investigaciones periodísticas (en este caso, rastreando los vínculos de D'Alessio con distintos funcionarios del gobierno nacional). En esa nota aparece una foto mía. Una foto junto a una persona presuntamente involucrada en la oscura red de la que vamos tomando conocimiento.

En mi primera instancia de estupor (la más leve), me pregunté si mi imagen allí obedecería a un error, a un descuido, a cierta indiscriminada vocación pretendidamente "escrachante". Logré hacer llegar a Verbitsky mi muy amable pedido de que se quitara mi imagen, con algunas especificaciones sobre quién soy, qué hago, qué pienso.

Setenta y dos horas tardé en recibir la respuesta que me hizo llegar Horacio Verbitsky, provocando la segunda (y más robusta) instancia de mi estupor.

Porque yo esperaba –naif de mí– que se me dijera que fue la única foto que encontraron del fulano en cuestión; o que la imagen se deslucía si la cortaban; o que no les pareció oportuno, al menos, pixelar el rostro de un docente que trabaja en tres universidades nacionales, que nada tiene que hacer en el marco de esa nota, que fue introducido gratuitamente en el mundo sórdido al que esa nota remite.

Pero no. En su respuesta Verbitsky señala que yo no fui mencionado ni implicado “en nada incorrecto” (lo cual es cierto, aunque eso yo ya lo sabía) y finalmente propone:

“Le ofrezco que explique qué hacía allí y qué sabe de Pinamonti.”



Horacio Verbitsky

Me supera la lógica de lo que se me convida. Cuando lo leo, tardo varios segundos en entender que no sólo se ha dispuesto impune(¿e ilegal?)mente de mi imagen, sino que ésta ya funciona como instrumento de negociación. “Le ofrezco”, me manda a decir un tipo al que he admirado durante décadas (pero que, al parecer, ya ha tomado posesión del uso público de mi imagen). Jamás me imaginé que tendría que evaluar lo que se me ofrece que haga para que mi foto deje de acompañar una investigación periodística sobre una red de extorsión paraestatal. Y lo que debo hacer (como contraprestación, digamos) es “explicar” qué hacía yo en la foto y (caramba…) aportar información sobre el individuo involucrado.

La respuesta de Verbitsky me llega el 28 de marzo de 2019.

No le contesté.

El 7 de abril, en una nueva nota también firmada por Verbitsky, se vuelve a publicar la misma foto...


Entonces la necesidad de este texto, siquiera para recuperar el sueño que cada tanto me arrebata pensar en la gente conocida que me haya visto ahí. Y si este texto le da más visibilidad a la(s) nota(s) en cuestión, en todo caso aspiro a que le reste ambigüedad a mi presencia en ella(s).

Y como me resisto a que yo deba dar explicaciones para no aparecer en una nota sobre la ruta extorsiva de D’Alessio (!), en su reemplazo opto por regalar información a cuanta persona se asome a estas líneas.


Pablo Pinamonti
Pablo Pinamonti
Con Pablo Pinamonti hicimos la escuela primaria, de primero a séptimo grado. Dejamos de vernos durante muchos años y nos reencontramos de adultos. Supe que se había convertido en abogado y confirmé que seguía siendo el tipo divertido, simpático, locuaz que yo recordaba de pibe. Él supo que yo hacía radio y surgió la idea de compartir un programa. Esto ocurrió en 2013. La foto que origina este texto fue tomada, ese año, en los estudios de Radio Palermo.

Además de los que me señalaron (más arriba mencioné algunos, otros los omití...), el motivo que me hacía dudar de escribir esto es que, en tiempos en los que la impericia y crueldad de Cambiemos se recortan tan nítidas, tan virulentas, no es bueno enrarecer el clima entre quienes –cada cual a su escala– compartimos la misma vereda.

Pero no puedo aceptar que, por un “descuido” periodístico (que se podría reparar de modo tan sencillo, ¿no?), de pronto se enturbie la mirada que me destinan colegas, amigos, alumnos que durante décadas me han visto trabajar, pensar y escribir en una línea de la que no concibo que se me pueda creer apartado.

Por no hablar de la congoja que me provoca sentirme gratuitamente maltratado por un tipo al que leo, cito y reivindico desde mi adolescencia (aunque, también debo decir, a una veintena de amigos periodistas no les ha sorprendido ni un poco lo que me pasó con "El Perro").

Me consta que hay cosas más importantes de las que ocuparnos. Pero para no enrarecer el clima en la propia vereda, no puedo dejar abierta la sospecha de que yo esté parado en otro lado.