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jueves, 2 de agosto de 2012

"CLARÍN" NO MIENTE


 
     
         Uno de los principales ingredientes de la receta democrática es la existencia de una prensa opositora. De hecho, el ejercicio de la ciudadanía se ve debilitado si la voz oficial no recibe el necesario contrapeso de voces disonantes; voces que señalen medidas de gobierno eventualmente improcedentes, que adviertan posibles rumbos esquivos de una gestión, que colaboren en la tarea de corregirlos. No obstante, en la Argentina, bajo el rótulo habilitante de “prensa opositora”, hoy se incluyen emprendimientos mediáticos a los que resulta poco atinado atribuir tan saludable designación.
Cierta idealidad reclamaría, tal vez, que el periodismo de oposición denuncie los ‘equívocos’ y reconozca los ‘aciertos’ de los funcionarios del Estado. Sin embargo, sabido es que la pretensión de idealidad conduce al desencanto; y que, en el mejor de los casos, las prensas opositoras del mundo denuncian con fervor los equívocos pero, en general, callan o minimizan los aciertos.
            Sobre este punto, hoy la Argentina ofrece un escenario vistoso, a su modo patético, del que cabría rastrear en qué medida se registran antecedentes en la prensa de otras latitudes. Por cierto, no estará aportando un gran hallazgo quien afirme que, en nuestro país, una de las principales voces disonantes la emite hoy el diario “Clarín”. No obstante, la muy rudimentaria vocación profesional que alienta por estos tiempos la actividad periodística de este matutino dificulta otorgarle el digno rótulo de “prensa opositora”. Para ello sería necesario, por lo pronto, que dicho medio gráfico —autoproclamado como “el gran diario argentino”— no reduzca su labor, de modo sistemático, a la dificultosa actividad argumentativa de presentar como un desacierto cualquier medida que adopte el actual gobierno constitucional; ni se entregue, una y otra vez, al turbio arte de responsabilizar al Ejecutivo por toda desgracia individual o tragedia colectiva que, con esmero y delectación, el diario pueda lucir en su portada.
            Quien escribe estas líneas jamás pisó una redacción. Desconoce, por ejemplo, el modo en que se resuelve el tratamiento que se le dará a los ‘datos’ sobre los que se construirá la noticia. Le consta, en todo caso —entre múltiples ejemplos que se podrían postular—, que una fría tarde de julio de 2012 en la redacción de “Clarín” se tomó conocimiento de que el gobierno nacional destinaría $ 800.000.000 para mejoras efectivas en el Ferrocarril Sarmiento; anuncio a partir del cual se iniciaría, por fin, un proyecto de obra que —históricamente reclamado por la ciudadanía— lleva décadas de sucesivas postergaciones bajo gobiernos de todos los signos políticos que condujeron este país. De hecho, hace algunos meses, cuando se produjo la llamada “tragedia de Once”, durante varios días “Clarín” demandó airadamente al gobierno nacional medidas para mejorar la calidad del servicio ferroviario.
            Sin embargo, tras tomar conocimiento de semejante anuncio por parte del Ejecutivo (y al cabo de —suponemos— alguna inefable y desopilante reunión de sus más distinguidos profesionales del periodismo independiente), “Clarín” resolvió informar, como titular de tapa, la siguiente noticia: NO CIRCULARÁ POR LA NOCHE NI LOS DOMINGOS EL TREN SARMIENTO.
            Y aquí aflora el concepto que da título a esta nota. Porque ya no se trata tanto de que “Clarín” mienta. O, en todo caso, no es eso lo más grave en este punto. 
          “Clarín” no miente. “Clarín” subestima. 
         Subestima a sus lectores; y, con ellos, a una gran parte de la sociedad argentina. ¿Podría acaso sostenerse, con un poquito de honestidad intelectual, que la decisión de informar los ‘hechos’ de esa manera no constituye poco menos que una burla?
Elocuente y lamentablemente, advertimos que la designación de “prensa opositora” le queda grande a este matutino cuyo nombre evoca ese instrumento musical de pletórica estridencia, de inevitables resonancias castrenses, de poderoso sonido que se propaga con inclemente amplificación, al amanecer, procurando interrumpir el sueño de los que —con aciertos y con equívocos, claro— se entregan diariamente a la gratificante tarea de construir una Argentina mejor.