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martes, 8 de marzo de 2011

¿VOS SABÉS CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO?


[Publicado en "Diario Registrado" el 19-03-11: www.diarioregistrado.com/index.php?secc=nota&nid=47916&pagina=9


                                                      “Si arrastré por este mundo
                                         la vergüenza de haber sido
                                         y el dolor de ya no ser.”
                                                      Alfredo Le Pera

En una entrevista que Jorge Fontevecchia le hizo a Jorge Lanata, quien fuera referente indiscutible del periodismo argentino alude a un ‘entredicho’ que tuvo con María Julia Oliván. Leyendo la nota advierto que, una vez más, el problema de fondo son las formas: Lanata menciona que, en una entrevista, Oliván lo insultó. De movida, la problemática me desazona por superflua; me resulta más propia de un escandalete de programa de chimentos, de ésos que magnifican los ataques ponzoñosos entre dos divas de teatro de revistas. Pero no es el caso: hasta donde sé, María Julia Oliván no ha hecho teatro de revistas.

Sin embargo, entiendo que Lanata se sienta maltratado si es que efectivamente lo insultaron. Entonces leo la otra entrevista, la que motiva el conflicto. Pero parece que —y no es la primera vez— Lanata me informó mal: durante dicha entrevista, Oliván no insulta a nadie.

Perplejo, me dispongo entonces a revisar —ya que Lanata condena el modo en que Oliván se dirige a él— la manera en que, por su parte, el experimentado periodista y comediante hace referencia a la joven periodista. Y lo primero que encuentro es la apelación al triste recurso del ninguneo: "Yo leía el otro día en perfil.com a una chica que trabajó conmigo”. Aun antes de pronunciar su nombre, Lanata procura desestimar la entidad de quien fuera integrante de su equipo de trabajo, incluyéndola en el magma indiferenciado de las muchas, olvidables, prescindibles ‘chicas’ que trabajaron a su lado.

Molesto él por cómo lo tratan, sin embargo Lanata se permite disparar: “yo no me puedo poner a insultar con María Julia Oliván, que tiene que terminar el colegio”. Más allá de la falacia que cierra la frase (ésta sí genuinamente insultante), pero sobre todo agraviando especialmente a la coherencia, Lanata afirma que él no hará... lo que está haciendo. Le niega a Oliván ‘estatura profesional’ para discutir con él, mientras discute con ella.

Entonces aflora una clave para situar el malestar que, al parecer, aqueja a Jorge Lanata: hay un problema de estaturas. Mejor dicho: de jerarquías. Triste, bochornosamente, a ese talentoso profesional que alguna vez desarticuló la manera tradicional de hacer periodismo, hoy lo indigna que no se respeten las jerarquías: “es como que todo se desniveló”, explicita alarmado, grondonizado, desprovisto de la astucia o el buen gusto que sugeriría callar posición tan conservadora: “tipos que no tienen ninguna trayectoria (…) salen e insultan a otros. Y todo da igual.”

A ver si nos entendemos: 678 no tiene nada que ver con Goebbels. Ni por asomo. Postular dicha homologación es un atentado a la inteligencia. Una elocuente muestra de ignorancia histórica, enunciada sin otra motivación visible que la de confundir giles o lograr que Jorge Rial nos invite a su programa.

En cambio, alarmarse porque “todo se desniveló”, escandalizarse porque “todo da igual”, abominar ‘la mezcla’ y el hecho ‘bochornoso’ de que cualquiera discute con cualquiera, eso sí tiene mucho que ver con el imaginario jerárquico-estamental que la última dictadura quiso imponer en la Argentina. Imaginario a partir del cual había que poner ‘cada cosa en su lugar’.

Hubo un tiempo en que Jorge Lanata no tenía que explicar lo que había dicho. Su palabra se bastaba a sí misma, ‘se la bancaba’ de un modo que muchos admiramos. Hoy, en cambio, Lanata le explica a Fontevecchia: “Cuando yo le digo a este Gobierno: ‘Basta de joder con la dictadura’, ¿qué es lo que quiero decir? Alguien que acaba de llegar al país y no me conoce podría pensar cualquier cosa. Ahora, una persona que me haya visto cinco segundos, no puede confundirse.”

¿Quiere decir que, ante cada declaración de Lanata, voy a tener que repasar su trayectoria? ¿Por qué es necesario que lo conozca para entender / valorar / no malinterpretar lo que dice? ¿Tan débil se ha vuelto su palabra? Sus declaraciones sobre la posición del gobierno nacional en referencia a la dictadura fueron muy desafortunadas. Indefendibles.
(Personalmente, el 20-10-10 manifesté mi opinión al respecto en Página/12: 

Oscar Wilde afirmaba que “experiencia es el nombre que muchos dan a sus errores.” Felizmente no es el caso de Jorge Lanata, cuya trayectoria periodística registra muy saludables aciertos. Sin embargo, cuando un tipo empieza a esgrimir su trayectoria para legitimarse, cuando apela al relato de lo que hizo en el pasado para validar su presente, uno puede permitirse sospechar que lo hace, quizás, porque vislumbra en el horizonte el ocaso profesional del que yo querría que Lanata estuviera lejano, y que el tango —cuándo no— expresó mejor que nadie: “Ahora, cuesta abajo en mi rodada / las ilusiones pasadas / no me las puedo arrancar. / Sueño con el pasado que añoro, / el tiempo viejo que lloro / y que nunca volverá.”

Cuánto desearía yo que esta sospecha se viera desmentida. Pero con argumentos, por favor. No con charreteras ni trofeos polvorientos.