BIENVENIDA SU OPINIÓN, SU COMENTARIO, SU MIRADA

lunes, 15 de agosto de 2011

PREDICCIONES



Publicado en "Diario Registrado", 28-7-11:

 Finalmente se cumplió la predicción. No es que la hubiera desestimado, pero confieso que no esperaba que ocurriera tan pronto. Hace pocos días, en un aula de una universidad nacional, hice mención del programa televisivo que durante años condujo el periodista Bernardo Neustadt. Lo comenté con ligereza, como quien presupone que su interlocutor conoce el paño. Sin embargo, al advertir que el promedio del curso no superaba la edad de 22 o 23, me encontré formulando en voz alta una pregunta inédita cuyo sonido no dejó de sorprenderme: “¿Saben quién fue Bernardo Neustadt?”
El bochornoso silencio en el que naufragó mi pregunta (de las mayores delicias que me regaló la vida universitaria), me hizo recordar una nota que Fito Páez publicó en Página/12 hace alrededor de 20 años. En aquella época Bernardo Neustadt (por entonces oscura estrella del firmamento periodístico argentino) no desperdiciaba ocasión para arremeter contra un Diego Maradona que, en aquellos tiempos, dentro de la cancha desparramaba felicidad y, fuera de ella, respondía sin red, ante cualquier micrófono que le pusieran, todo lo que le preguntaran. Desde luego, en aquel ataque sostenido y virulento del periodista político al jugador de fútbol relucía, consecuente, esa hostilidad que la vertiente tilinga de la clase media argentina regala a todo morocho que logre, sin despeinarse, lo que ella persigue y a veces no logra ni dejándose humillar.
Lo cierto es que, en aquella ocasión, Fito Páez anunció que no pasaría mucho tiempo sin que la turbia figura de Bernardo Neustadt cayera en el más insondable olvido. Mientras que, por el contrario, el músico rosarino pronosticaba que la memoria de Diego Maradona (la admiración, el cariño, la leyenda) perviviría atravesando generaciones.
Pintorescos paralelismos de la historia, por estos días el periodista y conductor televisivo Daniel Tognetti auguraba que, dentro de cien años, un pibe aprenderá a tocar la guitarra escuchando un tema de Fito Páez (será ¿“Sable chino”, “Instant-táneas”, “La Verónica”?); mientras que, en cambio, la memoria colectiva de Mauricio Macri a lo sumo alcanzará, en el futuro, para darle nombre a un pasaje del Barrio Parque.
El cumplimiento de la predicción de Páez ya está en curso: para Bernardo Neustadt, el futuro ya llegó. En cambio, sobre la predicción de Tognetti por el momento no podemos pronunciarnos. En todo caso, hay algo que podemos afirmar. Y que no nos quepa la menor duda: cualquier despropósito que la ciudadanía porteña cometa en el presente (como revalidar a la actual gestión, por ejemplo) , la historia lo sabrá poner en su lugar.

jueves, 30 de junio de 2011

DERECHO DE ADMISIÓN


Nota publicada en Página/12, el 30 de junio de 2011, bajo el título "Una frase perturbadora": www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-171128-2011-06-30.html
 
Las calles de Buenos Aires ya se visten de campaña. Despliegan rostros de candidatos que sonríen o permanecen serios, ofrecen consignas escuetas, manifiestan lealtades cromáticas. En medio del creciente cotillón electoral, el gobierno de la ciudad se ha estado promocionando mediante una serie de afiches que reproducen distintas tipologías de ciudadanos a los que se notifica: “VOS SOS BIENVENIDO”.
El mensaje procura ser amable. No obstante, perturba en la frase el uso del pronombre “VOS”. Más aún si tenemos en cuenta la sólida vocación discriminatoria de la que el gobierno porteño ha dado pruebas abultadas, el hecho de que se especifique que “VOS” sos bienvenido presupone la afirmación, lamentable pero elocuente, de que otros ciudadanos no lo son.
En todo caso, detrás de dicha consigna relumbra, aún más significativa, cierta concepción de la política y el poder. Porque, ¿quién cuenta con la atribución de brindar una bienvenida sino el dueño de casa? ¿Cómo es posible que, desde la circunstancial y transitoria jefatura de gobierno, se me reciba en carácter de “bienvenido”? ¿Qué vínculo promueve con la ciudadanía un gobierno que procura investirse de semejante atributo, que sitúa su locación institucional en ese espacio simbólico de privilegio?
Agradezco el cumplido, pero no lo acepto. Me resulta inadmisible que un novato y dudoso emprendimiento político como el PRO, irrespetuosa y patéticamente, se arrogue el derecho de darme la bienvenida a la ciudad en la que nací.
Será que este falso anfitrión de turbia hospitalidad, que me tutea sin haber conquistado mi confianza, no advirtió todavía que es la comunidad la que “se reserva el derecho de admisión y permanencia”. Y no al revés. Son los habitantes de Buenos Aires los genuinos anfitriones que, según dispongan, tanto pueden “dar la bienvenida” como “prohibir la entrada” al edificio de la gestión pública. Nadie sino ellos decide si un invitado puede pasar, si una vez ingresado puede allí permanecer o si cordialmente le van a pedir que se retire del establecimiento.

sábado, 30 de abril de 2011

UNA VOZ DESAFINADA

(Publicada en Página/12 el 28-04-11: www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-167147-2011-04-28.html



         “El discurso transporta y produce poder, lo refuerza pero  también lo mina, lo expone, lo torna frágil”                                                Michel Foucault 



       Si visitara este planeta un extraterrestre con inquietudes, hay dos preguntas que yo podría responderle sin decir una palabra. Si el amigo quisiera saber “¿qué es el fútbol?”, lo sentaría frente al VHS en donde conservo el partido que jugaron Francia y Brasil en el Mundial de 1986. Porque “eso” es el fútbol. Y si luego, ya que vino hasta acá, preguntara “¿qué es una novela?”, seguramente yo depositaría sobre sus manos (pongamos que tiene manos) alguna edición de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.

Evitaría entrar en detalles para no fatigarlo. Pero también le podría describir la fascinación que me provocó, durante mi adolescencia, la lectura de Conversación en la catedral. Le reconocería que no sé muy bien en qué consiste “la plenitud del goce estético”, pero que lo que sentí leyendo La tía Julia y el escribidor no debe andar muy lejos. Me costaría no aludir a la destreza narrativa desplegada en Pantaleón y las visitadoras, ni reivindicar la injustamente relegada Historia de Mayta. Trataría de no ponerme patético, y evitaría confesarle que mi temprana lectura de esas novelas de Vargas Llosa gravitó considerablemente en mi decisión de dedicar mis estudios, mi actual profesión y buena parte de mi vida al ámbito de las Letras.

Por eso valoro que su palabra haya nutrido de prestigio la apertura de nuestra Feria del Libro. Sin embargo, entiendo que no hay prestigio que redima del cinismo. Resulta muy legítimo que Vargas Llosa se auto-proclame liberal de pura cepa, irredento defensor de las libertades individuales. Pero cuando enfatiza una y otra vez su compromiso irrestricto con la democracia, su tenaz oposición a todo tipo de atropello, totalitarismo o dictadura, no logro impedir asquearme.

Porque, más allá de haber leído copiosamente sus novelas durante mi adolescencia, cada tanto leo lo que escribe en La Nación. Y tengo muy presente el artículo suyo que, bajo el título “El golpe de las burlas”, fue publicado en ese diario el 25/07/09, a propósito del golpe de Estado sufrido en Honduras en junio de ese año.

En ese artículo leemos: “Tal vez más que la acción realizada, a los militares hondureños haya que reprocharles el haber erigido a Zelaya en paladín de la democracia.”

Tal vez más que la acción realizada... Ajá. Bueno, no seamos maliciosos: es una simple ironía. Continuemos leyendo: “Si el comandante Hugo Chávez (…) se arroga el rol de defensor del Estado de Derecho hondureño (…) comprobamos una evidencia: que algo debía de andar podrido antes de este golpe en ese pequeño país latinoamericano.”

Así que algo andaba podrido “antes”. Bien. ¿Esto reduce, entonces, el carácter nocivo de un golpe de Estado? ¿No es de lamentar el daño que se hace a lo que ya estaba dañado (o “podrido”)? En fin. Mejor prosigamos la lectura: “Honduras estaba a punto de caer, tras de Bolivia, Nicaragua y Ecuador, en la órbita de Hugo Chávez cuando sobrevino la intervención militar.”

Caramba. ¿La maliciosa es mi lectura? ¿O en esta última interpretación de los hechos asoma ya una mirada un poquito condescendiente para con el golpe? ¿A Honduras le estaba por pasar algo “peor”, digamos? ¿El golpe, por lo tanto, al país lo salvó de “eso”?

En cualquier caso, no encontramos en absoluto la postura de quien condena de plano la intolerancia, los atropellos, las dictaduras. De hecho, la aquiescencia que en el autor despierta el accionar militar tiene concluyente manifestación en las palabras que cierran el artículo, en las que se traza un paralelismo un tanto inquietante: “la anómala situación que vive Honduras por culpa tanto de los militares que asaltaron la presidencia con nocturnidad como de las arteras maniobras de Mel Zelaya y su gurú ideológico, Hugo Chávez.”

Listo, gracias. Ya entendí. Evidentemente no era yo. ¡Por culpa tanto de unos como de otros! Una delicia de argumento. Qué sutil reflexión. ¿Por culpa tanto de los militares golpistas como del presidente constitucional? ¿No será mucho?

De todos modos, más allá de los debates suscitados por su presencia, de las confrontaciones más bien ociosas, yo celebro muy genuinamente que el Premio Nobel Mario Vargas Llosa se haya presentado en Buenos Aires. Cuanto más se amplifique el canto de su prédica pretendidamente liberal, más audible se ofrecerá también su voz desafinada, más elocuente será el confuso ruido que, toda vez que intenta aclararla, oscurece su garganta. 

miércoles, 20 de abril de 2011

CROMAÑÓN, FOLCLORE Y ROCK AND ROLL



Quienes no estamos familiarizados con la normativa penal, respecto de juicios y condenas no podemos sino pronunciarnos, en el mejor de los casos, desde una muy sesgada racionalidad, cuando no desde la emotividad más inocultable. No obstante, son muchas las voces elocuentemente desautorizadas que, en especial desde el medio televisivo y a propósito del ‘caso Cromañón’, por estas horas ponderan cuán atinada o desatinada resulta tal condena a determinado imputado, qué tan justa o injusta se presenta tal absolución.

En este sentido, esta nota no se inscribe dentro de la hoy muy extendida modalidad de juzgar el juicio. Más bien intenta repensar la indiscutible afirmación de que es, ante todo, el Estado quien debe proteger a los ciudadanos. Desde luego, difícil es no suscribir a tan republicano precepto. Sin embargo, quien haya tenido el hábito siquiera intermitente de concurrir a recitales en esta región del mundo, bien puede permitirse cuestionar el efectivo alcance de esa premisa.

Porque en un local nocturno de la Argentina en el que toca en vivo una banda de rock, si ya hubo un empresario que infringió la ley, y ya hubo inspectores y policías que aceptaron sobornos, y ya hubo en consecuencia un mal desempeño institucional, y son las cuatro de la mañana y yo estoy ahí adentro, integrando un público exaltado y excedido en número y toxinas, el Estado ya no está para cuidarme. ¿No supo, no pudo, no quiso? Como sea: no está.

Me consta que a muchos concurrentes a recitales desde fines de los 80 y durante los 90 los habita la sensación de que una tragedia de estas características bien pudo haber ocurrido antes, en otros conciertos. Pero, ¿por qué no ocurrió? ¿Tan sólo por azar? Tiendo a creer que no.

El poder que, sobre las conductas de su público, detenta desde un escenario el líder de una banda de rock es un fenómeno altamente sugestivo, por cierto que inquietante, al cual la psicología de masas ha destinado frondosa bibliografía. Sobrecoge advertir, de hecho, el modo en que un nutrido conglomerado de individuos (no sólo en un recital) puede ser manipulado según la voluntad discrecional de una única persona.

Pues bien: en decenas de ocasiones pude presenciar cómo, desde ese lugar ‘todopoderoso’, ante una eventual situación de riesgo evitable durante un espectáculo, el sagaz discernimiento de personalidades despejadas como Carlos Solari o Ricardo Mollo (por poner dos casos) siempre privilegió, aun por sobre la calidad o incluso la mera continuidad del show que estaban ofreciendo sus bandas, la vocación indeclinable de desalentar conductas que pudieran ocasionar daños físicos. Recurrentemente he visto la aplicación de ese principio, y de modo inapelable: si es necesario, se interrumpe el tema que se está tocando; si con eso no alcanza, se termina el show en ese preciso momento, y nos vamos todos a casa. El cantante recrimina desde el escenario el proceder de los que protagonizan abajo una escena de pugilato sostenida, de los que encienden pirotecnia en un lugar cerrado, del espectador confundido que, sediento de protagonismo, se sube a una columna de sonido. Y el resto de la concurrencia, siempre (pero siempre) se pliega para honrar esa recriminación.

Asistimos, en esos casos, a cierto uso provechoso de ese poder más bien irracional que otorga el carácter de ícono, aplicado en uno de los muchos contextos sociales en los que hay que resolver sobre la marcha lo que el Estado no supo, no quiso, no pudo resolver con antelación.

Abismal es la distancia que media entre aquella conciencia de lo que uno genera (y del modo en que esto puede degenerar) y la archi-probada promoción del uso de bengalas que, según han enfatizado una y otra vez los integrantes y seguidores de Callejeros, era una práctica tradicional, parte del “folclore” del rock.

¿Desde cuándo el rock se somete a un folclore, al punto de que valida una práctica por su carácter tradicional? ¿Cómo fue que adquirió este tinte conservador? ¿El rock no era acaso ruptura, innovación, rebeldía? ¿No despreciaba por principio todo tradicionalismo, a fin de construir algo nuevo, incluido un mundo en el que vivamos mejor? ¿Qué fue de aquella lúcida rebeldía fundacional, hoy aparentemente transmutada en la poco defendible y post-noventista cultura del “aguante”? ¿Cómo se pasó de la defensa de un pretendido modo de vida a la infecunda y pueril motivación de defender “los trapos”?

martes, 8 de marzo de 2011

¿VOS SABÉS CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO?


[Publicado en "Diario Registrado" el 19-03-11: www.diarioregistrado.com/index.php?secc=nota&nid=47916&pagina=9


                                                      “Si arrastré por este mundo
                                         la vergüenza de haber sido
                                         y el dolor de ya no ser.”
                                                      Alfredo Le Pera

En una entrevista que Jorge Fontevecchia le hizo a Jorge Lanata, quien fuera referente indiscutible del periodismo argentino alude a un ‘entredicho’ que tuvo con María Julia Oliván. Leyendo la nota advierto que, una vez más, el problema de fondo son las formas: Lanata menciona que, en una entrevista, Oliván lo insultó. De movida, la problemática me desazona por superflua; me resulta más propia de un escandalete de programa de chimentos, de ésos que magnifican los ataques ponzoñosos entre dos divas de teatro de revistas. Pero no es el caso: hasta donde sé, María Julia Oliván no ha hecho teatro de revistas.

Sin embargo, entiendo que Lanata se sienta maltratado si es que efectivamente lo insultaron. Entonces leo la otra entrevista, la que motiva el conflicto. Pero parece que —y no es la primera vez— Lanata me informó mal: durante dicha entrevista, Oliván no insulta a nadie.

Perplejo, me dispongo entonces a revisar —ya que Lanata condena el modo en que Oliván se dirige a él— la manera en que, por su parte, el experimentado periodista y comediante hace referencia a la joven periodista. Y lo primero que encuentro es la apelación al triste recurso del ninguneo: "Yo leía el otro día en perfil.com a una chica que trabajó conmigo”. Aun antes de pronunciar su nombre, Lanata procura desestimar la entidad de quien fuera integrante de su equipo de trabajo, incluyéndola en el magma indiferenciado de las muchas, olvidables, prescindibles ‘chicas’ que trabajaron a su lado.

Molesto él por cómo lo tratan, sin embargo Lanata se permite disparar: “yo no me puedo poner a insultar con María Julia Oliván, que tiene que terminar el colegio”. Más allá de la falacia que cierra la frase (ésta sí genuinamente insultante), pero sobre todo agraviando especialmente a la coherencia, Lanata afirma que él no hará... lo que está haciendo. Le niega a Oliván ‘estatura profesional’ para discutir con él, mientras discute con ella.

Entonces aflora una clave para situar el malestar que, al parecer, aqueja a Jorge Lanata: hay un problema de estaturas. Mejor dicho: de jerarquías. Triste, bochornosamente, a ese talentoso profesional que alguna vez desarticuló la manera tradicional de hacer periodismo, hoy lo indigna que no se respeten las jerarquías: “es como que todo se desniveló”, explicita alarmado, grondonizado, desprovisto de la astucia o el buen gusto que sugeriría callar posición tan conservadora: “tipos que no tienen ninguna trayectoria (…) salen e insultan a otros. Y todo da igual.”

A ver si nos entendemos: 678 no tiene nada que ver con Goebbels. Ni por asomo. Postular dicha homologación es un atentado a la inteligencia. Una elocuente muestra de ignorancia histórica, enunciada sin otra motivación visible que la de confundir giles o lograr que Jorge Rial nos invite a su programa.

En cambio, alarmarse porque “todo se desniveló”, escandalizarse porque “todo da igual”, abominar ‘la mezcla’ y el hecho ‘bochornoso’ de que cualquiera discute con cualquiera, eso sí tiene mucho que ver con el imaginario jerárquico-estamental que la última dictadura quiso imponer en la Argentina. Imaginario a partir del cual había que poner ‘cada cosa en su lugar’.

Hubo un tiempo en que Jorge Lanata no tenía que explicar lo que había dicho. Su palabra se bastaba a sí misma, ‘se la bancaba’ de un modo que muchos admiramos. Hoy, en cambio, Lanata le explica a Fontevecchia: “Cuando yo le digo a este Gobierno: ‘Basta de joder con la dictadura’, ¿qué es lo que quiero decir? Alguien que acaba de llegar al país y no me conoce podría pensar cualquier cosa. Ahora, una persona que me haya visto cinco segundos, no puede confundirse.”

¿Quiere decir que, ante cada declaración de Lanata, voy a tener que repasar su trayectoria? ¿Por qué es necesario que lo conozca para entender / valorar / no malinterpretar lo que dice? ¿Tan débil se ha vuelto su palabra? Sus declaraciones sobre la posición del gobierno nacional en referencia a la dictadura fueron muy desafortunadas. Indefendibles.
(Personalmente, el 20-10-10 manifesté mi opinión al respecto en Página/12: 

Oscar Wilde afirmaba que “experiencia es el nombre que muchos dan a sus errores.” Felizmente no es el caso de Jorge Lanata, cuya trayectoria periodística registra muy saludables aciertos. Sin embargo, cuando un tipo empieza a esgrimir su trayectoria para legitimarse, cuando apela al relato de lo que hizo en el pasado para validar su presente, uno puede permitirse sospechar que lo hace, quizás, porque vislumbra en el horizonte el ocaso profesional del que yo querría que Lanata estuviera lejano, y que el tango —cuándo no— expresó mejor que nadie: “Ahora, cuesta abajo en mi rodada / las ilusiones pasadas / no me las puedo arrancar. / Sueño con el pasado que añoro, / el tiempo viejo que lloro / y que nunca volverá.”

Cuánto desearía yo que esta sospecha se viera desmentida. Pero con argumentos, por favor. No con charreteras ni trofeos polvorientos.